En principio se podria esperar que la mera posesión de poder causa como resultado automático una actitud desafiante hacia el mundo y receptividad al cambio. Pero no siempre es así.
Parece que la fe en el futuro cuenta más que la posesión de instrumentos de poder. Cuando el poder no va unido con la fe en el futuro, se utiliza principalmente para evitar lo nuevo y mantener el statu quo.
Por otro lado, el deseo exagerado, aun cuando no esté respaldado por un poder real, probablemente genera mayor osadía temeraria. Porque el optimismo puede sacar fuerzas de las fuentes de poder más ridículas -una consigna, una palabra, una imagen-. Ninguna fe es poderosa a menos que sea también fe en el futuro; a menos que tenga un componente milenario. Eso es una doctrina eficaz: además de ser una fuente de poder, deberá ser también la llave del libro del futuro.
Aquellos que transformarán una nación o al mundo no pueden hacerlo alimentando o dirigiendo el descontento, o demostrando la sensatez y conveniencia de los cambios que se pretenden, o presionando a las personas para una nueva forma de vida. Deben saber cómo encender y alentar un deseo descomunal.
No importa si se desea un reino celestial, el cielo en la tierra, riquezas robadas e incalculabres, logros fabulosos o el dominio del mundo.
Si los comunistas ganan Europa (1951) y una gran parte del mundo, no será porque saben cómo agitar el descontento o infectar el odio a las personas, sino porque saben cómo predicar el deseo.
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